Al abrir esa puerta, entrabáis mi mejor amiga y tú, me veniáis a ver como de costumbre, éramos inseparables, confidentes, nos encantaba estar en el salón de mi casa hablando durante horas.
Un sueño de tantos.
Ella siempre soñó con alguien maravilloso, alguien que entendiera sus locuras, sus manías, sus enfados, y sobre todo sus silencios.
Era media tarde, se encontraba en una playa, rodeada de silencio, excepto el relajante sonido de las olas, no era más que un factor a favor de la imaginación.
Suspiraba y susurraba en silencio su canción favorita: ‘Quiéreme’, «Quiéreme sin juzgar, quiéreme sin mirar atrás, siénteme cerca de ti aun cuando este lejos de aquí…».
Corría por la orilla de la playa, evitando las últimas olas que llegaban a la arena, su única preocupación era reír, saltar y sentir la felicidad que le acechaba.
De repente se paró, y se dió cuenta que no había nadie más que ella.
Sentía que le faltaba algo, el miedo se apoderó dentro de su cuerpo, no entendía el porque, una sensación desagradable e incómoda.
Dejó caerse, dejó que su delicado cuerpo cayera sin cesar y se impregnara de arena.
Miro al cielo, pensó que el amor es maravillo, que es necesario para vivir, es vital, fisiológico, estaba tan metida en aquel pensamiento, que una pequeña y cristalina lágrima salio de sus ojos, pero de emoción.
Ella quería vivir, sentir, dar, recibir, quería llegar hasta el amor .
Pero en aquel momento se dió cuenta que no podía ser, ella estaba sola, no había nadie más, sentía felicidad a la par que soledad.
Se quedó dormida, sumergida en sus sueños, en sus pensamientos.
Alguien le susurro al oído, pero no quería despertar. Sintió una voz familiar, sensual, dulce pero con ese toque masculino que trasmitía tranquilidad, y ahí es cuando decidió abrir los ojos.
Salió de su sueño, de su imaginación, y sintió alivio, desahogo, se dió cuenta que el sueño idílico que vivió era real pero además, estaba ese hombre con el que imaginó y soñó desde un principio, su amor.
Y allí estaban los dos, tumbados en la arena, de espejo el atardecer y de aperitivo aquellos besos inigualables, a cada cual mejor.
Y en cuestión de segundos el atardecer supo que era el único testigo de aquel amor sincero y verdadero.
Autora: Alejandra Cameo.
Un viernes mágico
Al entrar por aquella puerta del bar, algo dentro de mi despertó como nunca había imaginado ni sentido. Me senté en la mesa de todos los viernes, en mi rincón de siempre, donde desconectaba de mi rutina semanal.
El me miraba con esos ojos dulces, tan claros como el agua del mar, no hacia falta ver la tensión que causábamos.
Me solté el pelo de una manera tan sensual y provocativa, que olvidé por completo todos mis problemas que habían trascurrido durante toda esa semana.
El, esa persona misteriosa, desconocida, pero con un don de hacerme sentir cosas inexplicables, se levantó, cogió su copa de vino blanco y se dirigió hacia mi sin retirar su mirada de la mía.
Ambos sabíamos lo que estaba sucediendo.
De fondo se escuchaba esa música que tanto me gustaba, me hacia ver que los problemas eran diminutos y sin importancia, todo se quedaba en nada.
El misterio se apoderó de todo mi cuerpo, tenia ganas de sentirle sin conocerle, de besarle sin saber su nombre, de vivir una mágica noche sin ni siquiera escuchar su voz.
De repente, poco a poco se iba acercando, quizás estaba apunto de vivir todo lo que yo imaginé por un momento.
Al fin llegó, y con esa mirada tan peculiar y penetrante, y una voz sensual como la que intuí desde un principio, me dijo:
«Te he visto aparecer, y me has recordado a la noche; me rodeas, me envuelves, me ahogas sin ofenderte, sin ni siquiera tocarme.»
Me quede perpleja, sin saber que decir sin saber que hacer, ni donde mirar.
Tras pasar unos segundos, la impulsividad me llevo hacer la mayor locura que jamás pensé que haría.
Sin mediar palabra, me deje llevar, sentí que debía hacerlo, la química que sentía era inexplicable.
Me lancé a sus labios, aquellos gruesos y dulces labios que no podía dejar de mirarlos.
Al fin nuestras bocas estaban conectadas, de una manera tan especial y sensual que no se podían soltar, solo existíamos los dos en aquel momento, no quería separarme, sentía que era mío y yo de él.
Nos besábamos sin cesar, sin pensar en el mañana, sin creer lo que estaba sucediendo, solo quería vivir esa locura, esa situación inocua que el destino puso en mi camino.
Y desde aquel entonces, el bar de los viernes resultó ser el bar de los ojos claros en los que un día me perdí en profundidad.
Autora: Alejandra Cameo
¡Bienvenidos soñadores impulsivos!
¡Hola preciosos! Hoy me estreno como blogger, por fin he llevado a cabo este pequeño ‘proyecto’ que hacía mucho tiempo llevaba en mente pero no me decidía a realizarlo.
Va a ser un blog lleno de imaginación, sensibilidad y mucha creatividad. Trataré de trasmitir estas sensaciones y a la vez conseguir que soñéis tanto como lo hago yo.
Como digo siempre, una vida sin soñar y sin imaginar es muy muyy aburrido, soñar es gratis y leer también…!!!
…A si que bienvenidos a mi pequeño rincón!!!